domingo, 3 de mayo de 2009

UN VIAJE A INTI HUATANA

Si hubieran sabido que llegar a la puerta más alta del mundo, era tan duro, jamás hubieran aceptado tamaña propuesta. Si les hubieran dicho que esta aventura era adentrarse en las entrañas mismas de los nevados del Aconquija en condiciones estrechas y carentes de faustos, ni lo hubieran pensado.

Pero Tito Macia, un reconocido astrólogo de Alicante, España, se guardó algunas cositas y convenció a tres de sus grandes amigos para que lo acompañaran en esta alucinante travesía que los llevó a conocer las más increíbles e inhóspitas tierras de alta montaña.

Esta es la historia de un viaje asombroso hacia La Ciudacita, un complejo extraordinario de Ruinas Indígenas de enorme importancia arqueoastronómica, donde se encuentra la mismísima Puerta del Sol (Inti Huatana). Un lugar que se levanta repleto de enigmas entre el imperio de las yungas tucumanas y el país de las arenas catamarqueñas, que al parecer, se llega con algo de engaño y mucho sudor

Verde ignorancia
Venían rumiantes y charlatanes, inexpertos de lo que vendría. Pablo, el guía y organizador de esta expedición, conducía la pick up mientras les hablaba del nefasto mal de altura. Les habían dicho que una piedrita blanca en la boca solucionaba la puna, y uno de ellos receptó lo sentencia tan a pecho que entre sus dientes jugaba una piedra del tamaño de un pelotita de ping pong.

Lidiaban por mantener las hojas de coca en un seudo bulto, pero no había caso, se les desvanecía con la saliva y Tito maldiciendo, sacaba de su boca un engrudo verde que de a ratos lo arrojaba por la ventana. Nos dirigíamos de Tafí del Valle hacia Amaicha del Valle (ciudades populares de la Pcia. de Tucumán pertenecientes al corredor de las Valles Calchaquíes)

Estábamos medio apretados en la camioneta, pero otro de ellos no se como se las había arreglado para doblarse en 20 y gozar de plena comodidad. “Este practica contorcionismo Javeriano” -me dice Tito- ¿que practica que?- pregunto- “Es su propia ciencia, Contorsionismo que viene de encogerse, curvarse y Javeriano que viene de su nombre Javier”. Las carcajadas estallaron ante tanto disparate justo cuando llegábamos al paso del Infiernillo a 3042 m. Luego vino el paso por el Observatorio de Ampimpas hasta arribar al hostal Ampimpas de rara y colorida arquitectura, ya en Amaicha.

La primera cena congregó nuestras ansias, sobre todo las de Tito que ya había intentado llegar a Ciudacita un año atrás y el malestar de la altitud se lo había impedido. Pero esta vez estaba convencido de que lo haría, creo que por eso mismo decidió compartir tamaña experiencia con amigos.

Javier, José Mary y Ángela, más allá de sus profesiones, acompañaban a Tito en la curiosidad cósmica, en descubrir nuevas estrellas o grupos de ellas, pero sobre todo Tito necesitaba la experiencia empírica de estar en un lugar de gran tradición y que tuviera la calidad de observatorio astronómico indígena para observar las estrellas especiales del sur, develar diferencias hemisféricas y sacar conclusiones científicas de su tarea. Y las ruinas de Ciudacita eran ese lugar en el mundo.

La leyenda del Tesoro
Estamos en el único poblado de Catamarca desde donde se puede acceder a las Ruinas, ubicado en el Valle de Yocavil: El Tesoro. Venimos de atravesar los pueblos de La Pachamama y San José y de ingerir un lujito, una coca bien fría, antes de salir del pavimento para ingresar en tierra que arde. Lo habitan solo 50 personas que viven en un oasis de álamos verdes en medio de un desierto de piedras y arena. Aquí 11 niños asisten a la escuelita en la cual nos encontramos devorando carne de cordero asada en horno de barro mientras mantenemos una charla agradable con las dos maestras del lugar. “¿Y porque el nombre del Tesoro?” -pregunta José Mary- “Le fue puesto por extensión, al otro lado de la sierra hay una laguna a la que llaman Laguna del Tesoro.

La leyenda asegura la existencia de un rico tesoro sumergido en sus aguas que los indios ocultaron de los españoles. El abra que comunica ambas vertientes también se llama Tesoro, lo mismo que el pequeño arroyo que trae sus aguas a estos ranchos”- explica una de las maestras. “Y habrá que saber si es cierto, ¿queda muy lejos esa laguna?- pregunta José Mary- “pero la leyenda también dice que un raro animal custodia desde entonces la laguna y que se traga a cualquier intrépido que intente sacar el tesoro”- le guiña un ojo Pablo.

Alfredo Escudero y su familia nos refugian en su vivienda, un clásico rancho de nuestro norte, es humilde pero se está muy a gusto. Aquí será nuestro primer campamento y donde dejaremos la 4x4 para pasar a otras 4x4: las mulas. También será la primera noche de aclimatación, aunque solo se encuentra a 2684m, la gente que carece de experiencia en altura lo necesita.

Javier, ha decidido darse un baño en las aguas del Río Chiflón, que baja sereno y escaso, casi pegado al rancho de Alfredo, desde una fabulosa quebrada de igual nombre. Y como ermitaño de las bajas montañas de Sirventa de donde viene, ha puesto a secar los calzones sobre las matas.

Las vegas
Los relinchos despiertan a la legión 49 (los 4 españoles acusan 49 años y a quien le importa cuan cierto sea) A llegado la hora de montar. Alfredo, nuestro baqueano, junto a su hija Jessi, cincha, revisa las herraduras y apresta toda la carga. Pablo y Tito examinan los mapas y tipo 10:00 de la mañana partimos en caravana rumbo a Inti Huatana.

Viajamos lento a la vera del Río Chiflón. Mientras nos alejamos del rancho y tomamos altura el paisaje se abre y el desierto de Catamarca, conocido como El Arenal exhibe su poderío, se adueña del horizonte junto a las morenas siluetas de las cumbres de Andalgalá y las Sierras de Quilmes estampadas en un perfecto cielo azul.

Luego de 4 horas y media sobre los animales, suelo pedregoso y arbustillos ajados por el sol, llega la tregua del día, Pablo nos señala pequeñas alfombras verdes dispersas en un amplio espacio oculto entre declives. No hay viento, estamos como en una olla y el ambiente huele muy fresco. Aquí, en Las Vegas, acampamos.

Tito se ofrece para hacer espaguetis y el almuerzo se extiende, son casi las 16:00hs. La legión acusa dolores musculares, normales cuando uno solo a visto los caballos en figuritas. Por la tardecita el frío comienza a entrar en escena, Pablo prepara un fogón en un pircado improvisado como refugio y brinda sopa de arroz.

“Ya veo las dos del centauro”-dice Tito mirando la bóveda celeste. “Y por allí deberá aparecer la estrella alfa del Pavo… ¡ahí esta! ¿La ven? y Acrux y Gracrux de la Cruz del sur aparecerán en unos instantes”- El cielo es solo nuestro, parece una gigantesca placa de lucecitas titilantes.

Las Pircas
El malestar general de la legión se nota. La falta de oxigeno, palpitaciones, algunas nauseas, cierta inquietud y el temor por sensaciones desconocidas hacen sacudir la continuación de la expedición. José Mary resopla como una mula, Ángela no tiene parte del cuerpo que no le duela y Javier ni habla. Tito esta preocupado. Sus amigos no se encuentran bien y a esto se le suma un gran estado de “encabronamiento” por lo cruento que les esta resultando el viaje sin previo aviso.

Recorremos parte de lo que fuera el original Camino del Inca, hoy una senda pedregosa y bastante accidentada. El baqueano Alfredo va primero y los calma diciendo que estamos a punto de llegar al tercer campamento. Aquí pasaremos una noche o dos, si fuera necesario. “Esta parada es instancia decisiva para continuar o regresar. De aquí en más quedan unas 6 horas de caballo para llegar a Ciudacita, pero en el medio hay que atravesar el Abra Colorada a 5000m.

No nos movemos de aquí hasta que estén en condiciones de seguir” -tranquiliza Pablo.
El sol de la siesta quema fuerte sobre los 4000m. Es un lugar fascinante desde donde uno pierde noción de la magnitud. A lo lejos los poblados de Catamarca y el serpenteo del río Santa María se funden con la niebla de la tarde. Armamos las carpas en tremendo escenario a escasos metros del agua, bueno, más bien hielo. “Aquí se recoge por goteo y con paciencia” -me dice Pablo. Bastante paciencia diría yo, ya que un fino hilo de agua que viene de algún “pukui” (ojo de agua) apenas gotea de unas estalactitas escondidas en una pequeña cueva.

La oscuridad deviene sin darnos cuenta, el sol se pone tras un desierto bello y trágico. La legión 49 y compañía, calienta sus pies a las llamas de una fogata. La luna aparece tímida y brillante sobre un morro. Una chinchilla atraviesa la blancura del astro y de allí nos observa. Javier, hecho un moño solo contempla el cielo. Las estrellas comienzan su habitual desfile, pero esta noche los ánimos no están para lecturas. Mañana se verá.

Abra Colorada
Miro el termómetro y el desgraciado marca -3° ¡dentro de la carpa! Vuelvo a mi gusano de pluma y no asomo la nariz hasta que los rayos del sol acarician la tienda.

Al parecer todos están un poco mejor aunque se nota que han pasado una noche terrible. “Y, ¿como estamos?, ¿seguimos viaje o nos quedamos una noche más?” -pregunta Pablo- La respuesta es unánime: nos largamos a Ciudacita. Sin embargo, las tostadas del desayuno fueron para las ratas. La legión no tiene apetito y eso no es bueno.

Alfredo apresta las bestias, Pablo les da a cada uno una ración de marcha, yo intento mojarme la cara aunque sea con el rozar del hielo y ante el vuelo bajo de un Cóndor nos ponemos en marcha.
La mula canela de Ángela es muy vaga. Hay que retarla a cada rato para que mueva las ancas. El hermoso y esbelto caballo rojizo de Pablo, se pasa de histérico ya lo mandó al suelo un par de veces. Los otros animales andan bien. Lo raro es que ninguno tiene nombre, así que a mi mulita la bautice tesorito, aunque ando más abajo que arriba de ella.

A medida que avanzamos grandes y amarillos pajonales con matas de iros dispuestos circularmente moldean las laderas y a medida que subimos el paisaje se va pintando de un gris cemento. Estamos próximos al ascenso de un gran sayal de laja que cubre la falda del Abra. “Joder, estoy que me muero por ver que hay del otro lado”- expresa ansioso Tito- Y somos varios. “Cuando comencemos el ascenso agarranse de las crines de los animales sino van a parar al suelo con montura y todo”- dice el baqueano- La pendiente esta bastante fea, sin embargo las mulas avanzan como bailarinas. Vamos todos pechito pegado al cuelo del animal, nadie quiere saber nada de tener que “abandonar el barco”, como dice Pablo a la hora de saltar del caballo, que a esta altura ya es un gran acróbata.

De pronto un viento agresivo nos golpea anunciando que estamos en el lomo del Abra. Una gran apacheta constituida por la acumulación de grandes lajas marca el paso. Por fin ha llegado el otro lado y frente a nosotros se expande impresionante el comienzo del Parque Nacional Campo Los Alisos, único en Tucumán. Tito está enloquecido, Javier con toda la pinta de un nómada de la montaña, se ha tirado de piernas abiertas a contemplar tamaña belleza escénica, Ángela se abrasa a José Mary en la lucha por no volarse. Alfredo sonríe y Pablo asiente pensativo, “vamos a llegar, esta todo bien”.
Inca ñan (Camino del Inca)

Pasada el Abra, el serpenteo del camino por las altas laderas no tiene ni medio metro de ancho y los barrancos a los pies son temibles. El Río Pavas que corre paralelo a nuestro andar está plenamente escarchado. La trepada a las sagradas ruinas deviene infernal.

Resulta increíble transitar las sendas de lo que alguna vez fuera el Camino del Inca al mismo tiempo que uno imagina como las caravanas de llamas lo harían en el 1500, o antes también. Y resulta risible saber que en sus alforjas no habría galletitas surtidas, duraznos con dulce de leche, capeletes o un buen vino para festejar; seguramente portearían leña, maíz, quínoa y agua en cuencos de barro. No creo que exista modo de advertir la expansión incaica en el mundo andino sin tomar en cuenta la red de caminos que jugó de columna vertebral en un régimen tan importante de intercambios, todo vinculado geopolíticamente al centro vital de todo el sistema: el Cusco. Y aquí estamos, andando sus caminos en el siglo XXI, con botas Hi Tec y anteojos solares Julbo.

En el último tramo antes de llegar el baqueano sentencia, “Vamos a tener que bajar de los animales, el camino esta muy feo para arriba”. Y realmente el camino está intransitable, el peligro de desbarranco es alto. Así que la muchachada se empanza unas barritas de cereal y pone las botas sobre las sagradas montañas.

Ciudacita al fin
Montamos campamento a una media hora de caminata a las ruinas. Los ravioles del almuerzo vuelan rápidamente. La enigmática puerta nos espera.

A pesar de las diversas investigaciones llevadas a cabo desde su descubrimiento en 1949, los arqueólogos aún discuten su origen. “Las hipótesis recaen en que las ruinas podrían ser de origen incaico (500 años atrás), ratificado por la existencia de la red vial que entrelaza pueblos, referencia organizacional del Estado Inca; pero también esta la posibilidad de que sea Tihuanaco (2000 años atrás)”- me comenta Pablo mientras nos dirigimos hacia ellas.

Tito envuelto en un poncho salteño, camina reflexivo. Hay pircados rectangulares, circulares y cuadrangulares dispersos en dos aéreas unidas por un camino de unos 1000m. En la primera, llamada Los Corrales, destaca una roca grande ubicada en un círculo de piedras que debió estar cabalmente empedrado y que ahora está removido a causa de los huaqueros. “Para mi esto debió de ser el matadero”- sentencia Tito. “Si señor, aquí se hacían sacrificios y no se concebían en cualquier momento, la puerta del sol señalaba el tiempo de la ejecución” –insiste el científico mientras examina todo con detenimiento.

Pero todas las miradas buscan desesperadas a Inti Huatana y las piernas no dan cuenta de lasitud y se disparan hacia la segunda área donde se encuentra la Calasasaya., recinto ceremonial de la Ciudacita y clímax de nuestro viaje. Allí, sugerente y aún viva, está la puerta de entrada para el Dios Inti más alta del mundo.

Llegamos a ella cuando atardecía y a pocos días del equinoccio de la primavera. Javier ha traído un canto rodado de la Playa del Paraíso y lo va a dejar en el umbral como ofrenda a su llegada. Tito hace anotaciones, y ayudado por Alfredo, toma medidas con un hilo grueso. Los demás parecemos niños exploradores sondeando el lugar mientras una superficie de nubes circundante se tiñe de rosa. “Esta puerta es equinoccial y señala claramente el inicio de la primavera en esta zona del mundo y no puede señalar el solsticio como pretenden algunos”- enfatiza convencido el español.

Las opiniones asignadas al papel de la Ciuadacita son variadas. ¿Lugar de culto y sacrificios para los astros?, ¿fortalezas de vigilancia con fines militares?, ¿observatorios solares y centros astronómicos de altura?, ¿lugar para el acopio del mineral? Las preguntas son varias y las respuestas, conjeturas. “La Ciudacita es una fortaleza militar inexpugnable, se mire como se mire, es también una construcción astrológica que señala la llegada de la primavera y es también un santuario de altura o lugar sagrado donde se sacrificaban animales para celebrar la entrada del año nuevo y el relevo de tropas”- concluye nuestro Tito.

El Morro de las Ruinas o Cerro de las Cuevas se levanta punzante y colmado de misterio, custodio y testigo de lo que aconteciera en antaño. La Calasasaya de la Ciudacita pareciera desprenderse de este morro como un gran mirador de enormes dimensiones ofreciendo una vista insólita de toda la llanura tucumana: Nuñoco Grande y Chico, Pucará al sur del Valle de las Estancias, la Laguna del Tesoro y el Dique de Termas de Río Hondo.

No cabe dudas de que el emplazamiento de estas ruinas es extravagante, no entra en la cabeza concebir como se las ingeniaron para mover tanta piedra, para construir una ciudad casi en las nubes que resume lo que fuera una concepción del mundo, una forma de vida en la que sintetiza el encuentro de lo terrenal con lo divino.

Locura celeste
“¡Gris!, Gris! ¿Estas despierta? es que no sabes como brilla Venus, está en su máximo esplendor, ahora comprendo porque los Incas la consideraban como algo especial ¡¡es que luce como el Lucero del Alba!!”- me grita Tito cuando aún no amanece. “¡Dios mío, qué cielo!, Orión es todo un espectáculo y las Pleyades se multiplican en número, ni cinco, ni seis, ni siete, mas de quince estrellas se pueden ver a simple vista en estas alturas.¡ Qué cielo más extraordinariamente nítido!. Sólo por ver este cielo ha valido la pena todo.- se emociona y camina entre las carpas.

Desarmamos campamento esa mañana. Pablo decide el regreso en una jornada. Tito esta feliz, aún palpa las estrellas de la madrugada, pero sabe que sus amigos no están bien. Javier no pudo contener las nauseas durante la noche y José Mary ahora resopla como un mamut. “Se que los he perdido para siempre”- murmura Tito- “no me van a perdonar nunca este engaño, es que nunca pensé que la cosa iba a ser tan dura”-confiesa el astrólogo mientras ojea un mapa y se rasca la cabeza.

Alfredo apresta todo en un tiempo increíble. Dejamos las Ruinas. Los animales aguantan estoicamente el retorno, retando los barrancos y la tremenda pechada hacia Abra.
Ángela, está más halla del cansancio, no puede dejar de mirar lo que deja indemnizando el sacrificio. “Pero esto es bestial, estoy descolocada de tanta naturaleza, ¡que maravilla ¡!que maravilla!- me dice desde arriba de su holgazana mula canela.

El Paraíso, regocijo final
La llegada al Tesoro se produce con los últimos rayos del sol y puedo asegurar que nunca antes un lugar honró tanto su nombre. Tenemos los labios secos y partidos, las caras mustias y ojerosas, hasta parecemos más viejos que hace una semana. Después de más de 10 horas sobre los animales, casi sin pausa, desmontar en El Tesoro es el cielo. Y que importan ahora el polvo en las arrugas de la legión 49, ellos están felices.

Alcira, la esposa de Alfredo prepara un guiso campesino y Pablo destapa un par de botellas de vinos para el brindis. “Tito ha sido siempre un asesor de disparates y nosotros como buenos sonsos hemos caído en uno de ellos”- comenta Javier abriendo sus grandes ojos verdes y casi lamiendo el plato. “He vivido la experiencia de mi existencia, nunca nada me ha resultado tan duro”- agrega José Mary. Ángela apenas puede con la emoción y Tito que va por la quinta copa alega: “Tienes que hacer cosas de estas características para no ser mediocre en lo haces. Los amantes de ver el cielo, de la arqueología, del misticismo, deben su presencia en este lugar”.

Posiblemente para estos españoles esta aventura constituya una experiencia que trascienda mucho en sus vidas, que se agrande a medida que pase el tiempo, porque no es fácil aventurarse a las altas montañas cuando se tiene cincuenta y largos (nunca creí que fueran 49) y nada de experiencia en ellas. Seguramente los polvorientos caminos de estas montañas guardarán el tenor de sus pasos y cansancio y esas huellas que dejaron en medio de las ruinas de los Imperios hablaran de que el tiempo de aventura es ahora y siempre.


GRISELDA MORENO

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